El día ha
llegado, ya estamos todo el grupo en la Plaza de Cervantes ultimando el
vestuario para la actuación. De momento no hay nervios, pero la cosa se empieza
a retrasar y no nos dicen nada.
Tras un
rato esperando en la puerta pasamos al Corral de Comedias, el ambiente te hace
meterte en situación: los pasillos, el escenario, las butacas, el equipo, los
compañeros... Tenemos que darnos prisa, empezamos en el escenario los primeros
y tenemos que aprovechar el tiempo al máximo.
Una vez ahí
encima todo cambia, nos colocamos y ensayamos (no del todo bien); tenemos el
tiempo justo para adaptarnos al espacio y adecuar lo referente al baile y lo
que no (entrada, salida, luces, vestuario, etc.). El tiempo se va volando y
parece que la seguridad en que lo vamos a hacer bien desaparece un poco. El resto
del tiempo de ensayo tanto en los camerinos como en la sala somos capaces de
emplearlo en corregir y rematar posiciones y alguna descoordinación en el baile,
pero parece que antes de empezar ya se los ha ido nuestro turno. Todo va muy rápido
y el nerviosismo poco a poco aumenta.
Una vez
fuera la cosa cambia, nos relajamos y desinhibimos, charlamos sobre cosas sin
importancia, como si no fuéramos conscientes de lo que se nos viene encima en
una hora escasa. Tras un par de ensayos más en un parque de la zona volvemos a
ir a la puerta del Corral de Comedias; casi sin darnos cuenta ya es la hora y la
próxima vez que crucemos la puerta de entrada habrá que dar el máximo de
nosotros, es la definitiva.
Nos colocamos,
dejamos todo ordenado y dispuesto para la actuación, somos el cuarto grupo en
bailar y los nervios ya son notables en muchos de nosotros, ese “nosequé” en la
tripa, esas ganas de actuar y ese miedo a la vez... Pero ya no hay tiempo, “lo
que tenga que salir, saldrá”. Con este pensamiento subimos a los camerinos, últimos
retoques, todos en su sitio y bien puestos, recordamos cosas, pero sobre todo
nos concienciamos de la importancia de pasarlo bien, nos animamos unos a otros:
“Todo va a
salir bien y si no, aprovechad el momento, vamos a disfrutar”.
Es la hora.
Nervios a flor de piel mientras nos presenta Marta. Ha llegado el momento... ¡A
disfrutar se ha dicho!
[...]
Tras los
aplausos vuelve a venir la conciencia de dónde estoy: acabo de actuar en un
escenario delante de cien personas, yo, si me lo dicen hace tres meses no me lo
creo. No sé cómo ha salido el baile, pero tampoco me importa, me lo he pasado
bien, he disfrutado con algo con lo que no pensaba que podría hacerlo y me ha
parecido una sensación inmejorable, como aprender algo nuevo sobre mí mismo de
repente. Nuestro turno ha acabado, sólo queda ver la actuación del resto de
compañeros y volver a casa con una sonrisa por el buen trabajo, no sé si artístico,
pero sí sobre la actitud, sobre el cambio en la forma de sentir las cosas.
Gracias por
la oportunidad.
Adrián Laguna
Orive.